5.11.11

El pastor mentiroso





Pedro y el lobo.
Colección Colorín colorado. Edelvives, 2011
Texto: Pepe Maestro.


3 comentarios:

María López dixo...

¡Ay, pero que cosas tan preciosas haces!

He dado contigo por casualidad. Estaba buscando a alguien que no le pareciese bien la campaña "un juguete una ilusión" (es que me sentía un bicho raro por estar en contra)y me salió un comentario tuyo de hace unos años con una foto preciosa de un niño desarrapado jugando con su triciclo de madera, feliz. Me da mucha rabia esta campaña hecha a medida de los jugueteros valencianos, si no ¿por qué no cogen el dinero y se lo dan a los jugueteros de Tanzania, o de Perú, o de donde sea, que también los habrá, aunque no trabajen con plástico?

Me encanta tu arte, mañana se lo enseñaré a mi hija que le va a gustar muchísimo, igual te escribe ella también.

Muchas gracias por hacer lo que haces, un abrazo: María

Jacobo Muñiz dixo...

¡Hola, María! Me alegro de que coincidamos, porque me suelo sentir también un bicho raro al respecto de este asunto.
Haya o no intereses ocultos tras la campaña (espero que no), creo que el problema radica en la identificación errónea entre juego y juguete, como consecuencia de los principios grabados a fuego en nuestro modelo de sociedad de consumo. Jamás en la historia los niños tuvieron tantos juguetes como hoy y, paradójicamente, nunca jugaron tan poco.
Pienso que, más que invertir en juguetes y jugueteros de aquí o de allá, habría que destinar esos fondos a generar las condiciones sociales, económicas y políticas necesarias para que los niños de cualquier lugar del mundo tengan la posibilidad de disfrutar de algo tan inherente a su edad como es jugar, con o sin juguetes.
Otro abrazo y gracias a ti.

María López dixo...

¡Claro! Yo cada día entiendo menos la economía, si hay que hacer juguetes y venderlos para que tus hijos puedan comer y jugar, o no, o qué.
Pero de lo que estoy segura es de que los niños no van a ser más felices porque les hagan juguetes en Valencia.
Yo he tenido muchos juguetes, y mi sueño era tenerlos todos, pero si miro mi infancia no encuentro ninguna sensación comparable a mancharte las manos de barro, o jugar en la arena, o correr con otros niños, cosas accesibles a cualquier niño que tenga salud.
Quizá como felicidad propiamente dicha no se me ocurre nada mejor que jugar en los charcos después de la lluvia, con el olor a tierra y pinar mojado de la Sierra Salinas donde estaba la casa de mi padre.

Gracias por contestarme y más abrazos.